lunes, 3 de noviembre de 2008

Sofocleto, otro cuento.

EL GATO

El gato es como un resorte forrado en terciopelo.De noche, cuando todo está oscuro, el gato enciende sus ojos aprovechando la electricidad que tiene en el lomo y recorre con ellos todos los rincones de la habitación, buscando, como hacen en las cárceles con los reflectores, la presencia de un ratón aficionado a la vida nocturna.Yo tuve un gato tuerto. Y de noche, como encendía solamente un ojo, nunca supe si el gato estaba arriba o debajo de ese ojo. Una vez vi sus dos ojos prendidos en la oscuridad. Entonces encendí la luz y encontré dos gatos. El mío y otro. Los dos eran tuertos. Los dos, un año antes, habían recibido la misma patada del mismo vecino, que quiso darle a mi gato en medio de los dos ojos, pero que le dio a un ojo en medio de los dos gatos. Total, los dos quedaron tuertos. Como vivía en una provincia de la sierra donde sólo teníamos gato el Juez., el párroco y yo, decidí quedarme nomás con mi gato tuerto. Y mi gato andaba de aquí para allá, con un solo farol en la cara. Pero como el animal tenía corriente eléctrica para dos ojos, el que le quedaba bueno iluminaba por valor de doscientas bujías. Y a veces yo estaba dormido y venía el gato y me miraba de cerca. Entonces yo creía que era de mañana y me vestía bajo la luz del gato. Pero le tenía cariño al gato y no quería abandonarlo, de manera que le puse un esparadrapo en el ojo para que no me molestara de noche. Sin embargo, como su luz era tan potente atravesaba el esparadrapo y el gato todo adquiría un aspecto tan espeluznante que no tuve otro remedio que volver a ponerle el ojo en circulación. Una noche lo puse en la calle. Me dio la impresión de un automóvil en miniatura, con su enorme faro busca huella. Me conmovió y lo volví a meter en la casa. Sin embargo, buenos servicios me prestaba el pobre. Una vez se malogró la luz en el pueblo y yo tenía invitados a comer. Sin luz no podía haber comida. Entonces puse al gato sobre el aparador y así pudimos comer con buena luz. Lo único, que cuando estábamos en el café al gato le entró un poco de sueño, y cerraba los ojos dejándonos a oscuras. Entonces, el Juez le hacía “¡pist, gato!” y el farol volvía a prenderse. Así terminamos la comida y al final acompañé a mis invitados hasta la puerta, llevando al gato bajo el brazo para alumbrarles el camino.Otra vez se metió un ladrón. Eran como las tres de la mañana y, como el gato dormía, la casa estaba completamente a oscuras. Mi linterna se había malogrado, de manera que agarré al gato con una mano y, tapándole el ojo con la otra, bajé las escaleras despacito hasta que vi la sombra del ladrón en el comedor. Entonces le di el alto y destapé el ojo del gato. Por unos instantes el ladrón se encandiló, pero luego me disparó una luz poderosísima en la cara y me dejó momentáneamente ciego. Entonces mi farol, digo, mi gato, se me escapó de las manos y se subió a una repisa. Y allí se quedó como una lámpara de minero contemplando el aparador donde estaba la carne.Yo no sabía qué hacer. Y allí me habría quedado toda la noche de no haber ocurrido algo realmente notable. La linterna del ladrón pegó un salto descomunal y fue a situarse junto al ojo de mi gato, de tal manera que la linterna y mi gato parecían un solo gato con sus dos ojos en orden. Comprendí al momento que el ladrón usaba al otro gato tuerto de linterna, ignorando que en mi casa había un gato igualmente tuerto. Supuse que el hombre estaría sumamente sorprendido de ver dos luces en lugar de una. Y más sorprendido todavía, viendo que una luz apuntaba fijamente al aparador de la carne, y la otra recorría desesperadamente el cuarto, buscando una salida por donde escaparse.Como yo le llevaba una ventaja al ladrón, porque conocía la existencia de un segundo gato tuerto y él no, aproveché para saltar sobre él y amenazarlo con el revólver. Todo habría resultado perfecto si no hubiera sucedido algo que tanto el ladrón como a mí terminó de desorientarnos. Encima de la repisa donde estaba mi gato y el gato del ladrón había ahora tres gatos. Es decir, tres faroles. Pero el nuevo personaje debía ser un gato mal alimentado, porque su luz era más bien un tanto amarillenta y cada cierto tiempo se apagaba completamente, sorprendiéndonos a todos. Inclusive a los otros dos gatos, que lo miraban llenos de curiosidad y bañándolo con dos chorros de luz. En estas contemplaciones estaba cuando el ladrón, aprovechando mi sorpresa, se escapó por donde había venido.Dispuesto a solucionar el misterio, encendí las luces del comedor y, tal como había pensado, hallé tres gatos. Separé el mío y, agarrando al gato sin acumulador le froté una franela en el lomo hasta que comprobé cómo había cargado electricidad. Para comprobar los resultados lo saqué a la calle. Iluminaba hasta más allá de la plaza. Entonces lo solté. Era un misterio saber dónde había perdido el ojo ese tercer gato. Unos meses más tarde descubriría que la patada del vecino alcanzó para los tres animalitos, a ojo por lomo.La noche siguiente, el muchacho de la limpieza me dijo:-Señor, atrás, en la bodega de la casa hay un puma. Lo sé por la separación entre ojo y ojo. Debe ser un gran puma porque los ojos están a diez centímetros uno del otro... he visto sus ojos brillar en la oscuridad.Le expliqué entonces lo que ocurría con los gatos tuertos, y se fue tranquila a sacar un poco de arroz de la bodega. Evidentemente, los gatos estaban más separados que de costumbre. Pero, en fin, nadie sabe lo que pasa entre gato y gato, de manera que no me preocupé.Al día siguiente organizamos una batida para matar al puma que se había comido al muchacho de la limpieza, pero no lo encontramos. Fue una espera de días y días, hasta que una noche, contra la oscuridad del patio interior, divisé las dos luces de que me hablara la muchacha. Estaban efectivamente a diez centímetros una de otra. Un señor puma. Apunté con cuidado, para darle entre los dos ojos, pero éstos ni siquiera parpadearon. Siguieron mirándome unos segundos y luego cada uno de los dos ojos se fue por su lado.Atraídos por el disparo llegaron unos vecinos. Trajeron luces. Sobre las losas del patio había un gato muerto. Era el tercer gato. Cuando hice el disparo se encontraba entre sus dos amigos. Pero su ojo no iluminaba, se le había vuelto a descargar el lomo.Lo enterré en el jardín, envuelto en un pedazo de franela. Y a veces, cuando me asomo al patio para tomar el aire, no sé si eso que brilla bajo las rosas es un rayo de luna sobre la tumba del gato, o es el ojo del gato que mira fijamente, muy fijamente a la Luna.A la Luna, que es también el único ojo de la noche.

2 comentarios:

Sombradifuminosa dijo...

Sofocleto, simplemente el mejor humorista.

Anónimo dijo...

impcable......humor ácido..
sigo leyendo :))))